- Estructuras sintácticas.
- Funciones sintácticas.
- Tipos de enunciados.
- Tipos de oraciones subordinadas.
- El verbo. Tiempos verbales. Morfemas.
- Verbos copulativos. El atributo.
- El complemento atributivo.
- La voz pasiva perifrástica.
CONTACTO CON LA NATURALEZA:
EL ATAQUE DE LOS CHIMANGOS
Una sombra se movió rápidamente en el piso. Sentí el aleteo. Después las garras afiladas arañando el cuero cabelludo. Parálisis total. El miedo anula el pensamiento… ¿Qué mierda está pasando? Instintivamente me agaché y atiné a revolear el portafolio. El chimango esquivó con facilidad el golpe y volvió a atacar. Pude ver mi cara, la cara del miedo, reflejándose en dos pequeños ojos. El grito penetrante del pájaro puso audio a la escena. Adrenalina.
Trabajaba como docente en una Escuela Agraria. Caminaba por una vía angosta que se pierde paso a paso, entre las piernas de la naturaleza que lo invade todo. La naturaleza aguarda agazapada en los bordes del camino, bastaría un solo día de descuido para que recupere el diminuto tajo que el hombre ha abierto. Y yo, el único representante de la especie humana, cargando con una cultura urbana, absurda y obsoleta en mi portafolio. Los pastos se estiran para rozarme. Silbo, busco se me confunda con un ave, trato de apurar el paso. El camino se estira.
Las piernas empezaron a correr solas, los chimangos eran dos, ¿un casal? Repasé en la huida los documentales sobre aves. “La Tierra en que vivimos” debía ahora servirme de algo… Pude comparar el ataque de los chimangos con aviones de las Segunda Guerra Mundial (soy profesor de Historia). La comparación no sirvió de nada. Los chimangos estaban venciendo años de formación docente, años de investigación histórica (no mía, claro está)… por suerte las piernas seguían corriendo.
El ómnibus paró, me depositó en el umbral del camino y salió huyendo. Calcé el portafolio en el hombro. La Escuela al final de camino. Me gustaría teletransportarme directamente al salón de clases. Me gustaría ser invisible. Comencé a caminar, mis pasos, contrario a lo deseado, retumbaban en el piso. Me delataban.
El grito del chimango me heló, salió como un demonio alado desde un espinillo, una velocidad increíble, era enorme, mucho más grande que en el primer ataque, era un águila, un cóndor… ¡Un pterodáctilo emplumado! Cientos de garras y picos, sus gritos se inyectaban hasta lo profundo de mis células. Tomé un palo (hubiese deseado tener una ametralladora, un tanque, misiles antiaéreos). Tenía solo un triste palo. La lucha fue una ficción, opuse resistencia solo por una cuestión de orgullo herido. ¿Dónde estaba la raza humana, la especie superior del planeta para ayudarme? Vencido volví a la ruta. Ya a salvo arrojé una pedrada al vacío… me pareció ver la burla en la cara de una vaca.
Resolví investigar el asunto, debía conocer con profundidad mi enemigo. Recurrí al orgullo de mi especie: La Internet. Luego de cinco minutos había luz sobre los demonios: no podía ser otra cosa, los chimangos tenían pichones, esa era la razón de su actitud agresiva. Los pájaros eran papás. Con esa información elaboré una estrategia…
Bajé del ómnibus, ya no hedía a miedo como la última vez, saqué del portafolio un tupper con lombrices y un paquete de pañales de la talla más chica que pude encontrar. Los dejé al lado del camino como una ofrenda y me retiré.
Caminé ansioso pero guardando la compostura, llegando al punto crítico del camino sentí el miedo que no había desaparecido por completo… una sombra en el piso… frenética. Dejé de respirar. Era solo una paloma. Seguí caminando, no podía distinguir el ruido de mis pasos del de mi corazón. Llegué al espinillo. Pude ver al chimango macho recostado a una rama. Él también me miraba. Ya no vi a un demonio emplumado. Vi a un señor de camisa de tartán fumando tabaco. En sus ojos ya no estaba la promesa de la muerte, ese lugar lo ocupaba la preocupación de un proletario por mantener a sus hijos. No estábamos tan lejos en la cadena evolutiva. Detrás estaba la hembra alimentando a los pichones. Levantó un poco la vista y creí percibir algo parecido a la vergüenza. Dicté clases.
La relación con la familia Chimango cambió a partir de aquellos sucesos, hemos guardado la distancia entre especies, es decir: no hemos tomado mates juntos, ni hemos salido a sobrevolar los campos. Ayer hablé por primera vez con Héctor. No somos tan distintos. Me comentó que por el momento no piensa mudarse a la ciudad, pero tal vez cuando los hijos
Tengan que estudiar las cosas cambien (sueña para su descendencia un futuro mejor que el de un obrero).
_Pero tenés la Escuela Agraria, Héctor.-le dije. Puso cara fea.
_No te ofendas, pero no creo en “El país agro inteligente”-contestó. Cortamos la conversación por ahí.
El hombre lucha por eliminar todos los indicios, todas las pruebas que delaten su naturaleza de animal, de perro bípedo, todo mientras evita recordar que sabe que se va a morir. El resto de los animales vive como dioses inmortales, solo por esto es que existen la poesía y las empresas fúnebres, y es solo por esto que esta crónica pueda reputarse de inverosímil.
Renzo Lafón
Sobre el autor
Profesor de historia, escritor, pintor, músico y mago amateur. Renzo Javier Lafón Solano nació el 28 de octubre de 1984 en la ciudad de Dolores. En esta ciudad realizó sus estudios primarios y secundarios. A los 18 años ingresó al Centro Regional de Profesores del Suoreste en Colonia del Sacramento, de donde egresó en 2008 como profesor de Historia. Aunque nómade (vive entre Colonia y Dolores) ha dejado de practicar la recolección y la caza hace varias épocas. Este texto forma parte de su primera publicación “La caída de la Unión Soviética y otros engaños”. Cuentan que los trabajos que se reúnen en esta obra fueron encontrados en una capilla abandonada en circunstancias que no han sido aclaradas.