Penélope
Mientras teje de manera monótona piensa en lo que
ha sido su vida. Un inmenso páramo de soledad y aburrimiento. Desde que ella
recuerda lo único que ha hecho es tejer. Le hubiese gustado tener hijos. Con
ellos se sentiría más acompañada. Pero está sola.
Agobiada, deja el tejido y se dispone a dormir. Despierta sobresaltada y sintiendo su carne
invadida. En su confusión tiene un instante de lucidez para darse cuenta de
que además de su miedo siente un extraño y cálido placer que estremece sus
entrañas. Y lo disfruta.
Al momento siguiente vence su instinto. Atenaza al intruso con fuerza inaudita mientras muerde
con furia escalofriante. El temerario asaltante se debate en desesperada
agonía. Apenas un relámpago de tiempo y los movimientos convulsivos cesan. El
atacante está inerte, inmóvil, muerto.
Toma conciencia de lo que acaba de hacer. Pero no
siente remordimientos ni repulsión. Sin un gesto de repugnancia arrastra el
cadáver mientras comienza a babear adelantando el festín que se dará en un
rato.
Sin remordimientos.
Sin arrepentimientos.
Sin culpas.
Al fin de cuentas, lo único que hará es cumplir con
una ley natural.
Todas las arañas de su género matan a los machos
durante la cópula y luego los devoran.
Antonio Cruz
Tío Elías y otros cuentos Editorial del autor